Parecía que nos perdíamos el invierno, y una tímida nevada nos lo trajo aunque fuera sólo por unos días. Una nevada que pintó de blanco praderas y cumbres y que volvió a recordarme que lo efímero, lo que no podemos retener y guardar para siempre tiene la exclusiva cualidad de alegrarnos y cambiarnos los días. Efímero como el azul intenso de estos jacintos, como su aroma increíble. Jacintos que año tras año espero y que siempre, absolutamente siempre consiguen atraparme,y convertirse en el centro de atención.
Me despedí de la corta visita del invierno aunque espero con ganas nuestro reencuentro. Los jacintos todavía me acompañan. Te recuerdo como eras en el último otoño. Eras la boina gris y el corazón en calma. En tus ojos peleaban las llamas del crepúsculo. Y las hojas caían en el agua de tu alma. Apegada a mis brazos como una enredadera, las hojas recogían tu voz lenta y en calma. Hoguera de estupor en que mi sed ardía. Dulce jacinto azul torcido sobre mi alma. Siento viajar tus ojos y es distante el otoño: boina gris, voz de pájaro y corazón de casa hacia donde emigraban mis profundos anhelos y caían mis besos alegres como brasas. Cielo desde un navío. Campo desde los cerros. Tu recuerdo es de luz, de humo, de estanque en calma! Más allá de tus ojos ardían los crepúsculos. Hojas secas de otoño giraban en tu alma. Poema VI 20 poemas de amor y una canción desesperada Pablo Neruda
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AutorMadre de familia numerosa, periodista con muchas inquietudes que han servido para enredar aquí y allá. Tanto enredé que me quedé atrapada entre las flores. Archivos
Marzo 2018
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